Tercera de las ‘meditaciones breves’: Aprender a perdonar.
APRENDER A PERDONAR
Perdonar es poner a un prisionero en libertad y descubrir después que, ese
prisionero … ¡ERES TÚ!.
A veces tenemos que exigir disculpas a los demás y en otras ocasiones darlas
nosotros mismos. Pero ¿somos de esas personas que no logran deshacerse del
pasado, no olvidan, no perdonan, no conocen la compasión, somos duros ante la
ofensa más mínima, nos aferramos al resentimiento durante mucho tiempo e
incluso toda nuestra vida, alimentando sentimientos negativos?. Entonces
estamos atados a un rencor que nos tiene paralizado.
Un peso para nuestro camino
Debemos replantear nuestros juicios sobre los actos de los demás, en lugar de
pasar página, en ocasiones dedicamos buena parte de nuestra energía mental y
emocional a recordar ofensas, daños e injusticias (reales o imaginarias) de las que
hemos sido objeto, manteniéndolas vivas en nosotros.
Vivir con algún rencor es como caminar por la vida con una herida abierta que no
sana, que sigue sangrando y que corre el riesgo de infectarse y de comprometer
otros órganos. Algo que hace pesado y también amargo nuestro andar, pues
además de las múltiples preocupaciones que tenemos cada día, está el recuerdo
del daño causado y en muchos casos, el deseo de vengarnos. Y a veces, sin
darnos cuenta, estas ideas deterioran nuestras relaciones con los demás y
también con nosotros mismos.
“Perdonar pareciera de pusilánimes. En nombre de la justicia podemos decir: “esto
es imperdonable” pero cuando nos miramos a nosotros mismos, nos encontramos
con nuestra fragilidad y descubrimos que por el mal uso de nuestra libertad hemos
hecho sufrir a muchas personas, solo ahí podemos preguntarnos: ¿quién soy yo
para negarle el perdón a alguien?”
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El alivio del perdón
¡Y no hay mayor sensación de tranquilidad que perdonar! Las heridas se cierran y
el andar se aligera. Siente uno un alivio similar al de pagar una deuda. ¡Con la
diferencia de que el perdón es gratis!.
El perdón no es la actitud ingenua de quien acepta con resignación o tolerancia el
daño recibido. Es, más bien, la actitud sincera de quien quiere apostar por el otro,
acogerlo y ayudarlo a cambiar y a sanar sus heridas.
Perdonar y pedir perdón es un acto de valientes
Perdonar es de personas que ven las consecuencias de los errores y de las malas
intenciones pero que las trasciende y no tiene en cuenta las deudas que los
demás tienen con él. Librar a los demás de nuestro desprecio tiene virtudes
terapéuticas que nos hacen sentir bien. A diferencia del odio que fomenta la
depresión, el estrés y el malestar debilitando nuestro sistema inmunológico, el
amor, la tolerancia y la alegría favorecen nuestro bienestar, fortaleciendo nuestras
defensas inmunológicas.
La justica es dar a cada quien lo que le merece y por ello perdonar es justo,
porque todos, por más grandes que sean nuestras faltas, si estamos arrepentidos
de corazón, podemos pedir y ofrecer el perdón.
Y para los cristianos, el mayor modelo de perdón es Dios, representado en la
parábola del Hijo Pródigo y quien, como dijo el Papa Francisco en su primer
Ángelus: “Dios nunca se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos
cansamos de pedir perdón”
Hay personas que nos hacen sufrir. Sabiéndolo o no, queriéndolo o no, pero
nos hacen pasar malos ratos. Nos duelen sus palabras hirientes, sus actitudes
humillantes, sus tratos despóticos, su falta de responsabilidad, sus infidelidades,
sus prontos temperamentales, sus olvidos y negligencias… “Esfuérzate, si es
preciso, en perdonar siempre a quienes te ofendan, desde el primer instante, ya
que, por grande que sea el perjuicio o la ofensa que te hagan, más te ha
perdonado Dios a ti. (Camino, nº 452, San Josemaría Escrivá).
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Ante personas así podemos reaccionar siendo con ellos de la misma manera que
son ellos con nosotros: “para que se enteren”, “para que vean lo que se siente”. O
bien podemos enfrentarlos, decirles sus verdades y ponerles un alto. O incluso
evadir el problema ignorándolo y dejándolo a su suerte. Pero sabemos que estos
recursos pocas veces funcionan.
Sin embargo, también podemos buscar el momento y las palabras más adecuadas
para hacerle ver lo que está sucediendo. Podemos poner amor: “Donde no hay
amor, pon amor y encontrarás amor” (San Juan de la Cruz). Y por fin, orar por
ellos.
Orar por una persona querida es fácil, pero orar
por una persona que nos hace daño es difícil.
Apenas traemos a la memoria a esa persona en la
oración nos sentimos incómodos. Pero si los
sentimientos que nos provoca son negativos, tenemos
que insistir e intentarlo de nuevo. Comprobaremos
que la oración irá ablandando nuestro corazón, pues
en la oración se hace presente el Espíritu de Dios que
es amor, y Él, el Amor en persona, irá renovando
nuestro corazón. Y nos diremos internamente : “pero
de lo que se trataba era de que el otro cambiara”. Sí,
pero al orar por quien nos hace sufrir nos daremos cuenta de que los primeros que
comienzan a cambiar somos nosotros mismos.
Al rezar por quienes nos hacen sufrir :
Nos damos la oportunidad de desahogarnos y de hacerlo con quien es
todopoderoso y puede remediar las cosas. Desahogarse con Dios sana y libera.
Poner en manos de Dios aquello que no podemos controlar ni remediar es de
personas sensatas.
Dios nos hace ver que el rencor, la venganza, la falta de perdón, el resentimiento,
el odio, no son virtudes cristianas, y que más bien debemos aprender a ser como
es Dios con nosotros: rico en misericordia, dispuesto a perdonarnos siempre
(aunque no lo merezcamos), tolerante, paciente, compasivo. “Perdónales, Padre,
porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34) “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
(Lc 23, 43)
Rezamos con coherencia y sinceridad el padrenuestro y le damos a nuestro Padre
celestial excusa suficiente para perdonarnos. “Perdónanos nuestras ofensas como
también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. “Te duelen las faltas de
caridad del prójimo para ti. ¿Cuánto dolerán a Dios tus faltas de caridad – de Amor
– para Él? (Camino, nº 441, San Josémaría Escrivá)”
El Espíritu Santo comienza a modelar nuestros corazones conforme al Suyo.
Veremos que todo ese rencor que llevamos dentro es veneno que intoxica, vinagre
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que amarga la vida, y que a medida que nos purificamos de él y lo suplimos con la
miel de la caridad cristiana, la vida se nos hace mucho más llevadera. “Nunca
hables mal de tu hermano, aunque tengas sobrados motivos. – Ve primero al
Sagrario, y luego ve al Sacerdote, tu padre, y desahoga también tu pena con él. Y
con nadie más. (Camino, nº 444, San Josemaría Escrivá).”
Y no te quede la menor duda de que si rezamos con fe y caridad por quienes nos
hacen sufrir, Dios actuará. No esperemos resultados inmediatos, simplemente
esperaremos con absoluta confianza en que Dios obrará en el momento y de la
manera que considere oportunas.
Tal vez nos pueda servir esta oración de intercesión y sanación del P. Emiliano
Tardif :
Padre de bondad, Padre de amor, te bendigo, te alabo y te doy gracias porque por
amor nos diste a Jesús. Gracias Padre porque a la luz de tu Espíritu
comprendemos que él es la luz, la verdad y el buen pastor, que ha venido para
que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Hoy, Padre, quiero presentarte
a este hijo(a). Tú lo(a) conoces por su nombre. Te lo(a) presento, Señor, para que
Tú pongas tus ojos de Padre amoroso en su vida.
Tú conoces su corazón y conoces las heridas de su historia.
Tú conoces todo lo que él ha querido hacer y no ha hecho.
Conoces también lo que hizo o le hicieron lastimándolo.
Tú conoces sus limitaciones, errores y su pecado.
Conoces los traumas y complejos de su vida.
Hoy, Padre, te pedimos que por el amor que le tienes a tu Hijo, Jesucristo,
derrames tu Santo Espíritu sobre este hermano(a) para que el calor de tu amor
sanador, penetre en lo más íntimo de su corazón.
Tú que sanas los corazones destrozados y vendas las heridas, sana a este
hermano, Padre.
Entra en ese corazón, Señor Jesús, como entraste en aquella casa donde estaban
tus discípulos llenos de miedo. Tú te apareciste en medio de ellos y les dijiste:
“paz a vosotros”. Entra en este corazón y dale tu paz. Llénalo de amor. Sabemos
que el amor echa fuera el temor. Pasa por su vida y sana su corazón.
Sabemos, Señor, que Tú lo haces siempre que te lo pedimos, y te lo estamos
pidiendo con María, nuestra madre, la que estaba en las bodas de Caná cuando
no había vino y Tú respondiste a su deseo, transformando el agua en vino.
Cambia su corazón y dale un corazón generoso, un corazón afable, un corazón
bondadoso, dale un corazón nuevo.
Haz brotar, Señor, en este hermano(a) los frutos de tu presencia. Dale el fruto de
tu Espíritu que es el amor, la paz y la alegría. Haz que venga sobre él el Espíritu
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de las bienaventuranzas, para que él pueda saborear y buscar a Dios cada día
viviendo sin complejos ni traumas junto a su esposo(a), junto a su familia, junto a
sus hermanos.
Te doy gracias, Padre, por lo que estás haciendo hoy en su vida. Te damos
gracias de todo corazón porque Tú nos sanas, porque tu nos liberas, porque Tú
rompes las cadenas y nos das la libertad. Gracias, Señor, porque somos templos
de tu Espíritu y ese templo no se puede destruir porque es la Casa de Dios. Te
damos gracias, Señor, por la fe. Gracias por el amor que has puesto en nuestros
corazones.
¡Qué grande eres Señor!, Bendito y alabado seas, Señor.
AGRUPACIÓN SANTIAGO APOSTOL – CALIFORNIOS
ÁREA DE PASTORAL
VOCALÍA DE FORMACIÓN CRISTIANA Y COFRADE
formacion@santiagocalifornio.e